PREGUNTAR ES SABER
Pedro era un niño que con tan sólo diez años, estaba siempre dispuesto a aprender cosas nuevas. Un día salió del colegio y se reunió con su abuelo, quien iba a recogerlo. El abuelo enseguida notó que algo extraño le pasaba y le preguntó:
- ¿Va todo bien, Pedro?
- Pues no, abuelo. Es que cuando estamos en clase y la maestra explica una lección, siempre le pregunto para asegurarme de que lo he entendido bien...
- Eso está bien, pero ¿cuál es el problema?
- Que mis compañeros se ríen de mi y me dicen que soy un tonto que nunca entiende nada.
- ¡Ay, Pedro...! Yo sé una historia parecida que quizás te suba un poco esos ánimos. Cuando yo era pequeño, en mi clase había un niño bajito, con gafas y con cara de tonto, que siempre preguntaba al maestro que dónde estaba Portugal y si explicaba matemáticas él preguntaba por qué dos y dos son cuatro. Ese hecho hacía que todos pensásemos que era estúpido y nos riésemos de él, yo el primero. ¡Cuán equivocado estaba!
Por eso puedo decirte que para saber hay que preguntar y quien no lo hace se acaba arrepintiendo.
- ¿Cómo se llamaba ese niño?
- Se llama Amancio, Amancio Ortega.
Aquel que pregunta es un tonto por cinco minutos,
pero el que no pregunta permanece tonto por siempre.
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